Recensione / Juan Cruz Aponiuk
Hoy, que no parece haber alternativa al Apocalipsis secularizado, cuando parece inevitable la catástrofe climática que está llevando adelante la extinción de millones de especies de vivientes y promete incluso la de la especie humana, quizás sea urgente poner en cuestión el mitologema que subyace a nuestro horizonte, aquel que señala que todo destino de felicidad y justicia terrenal culminará en el fracaso debido al pecado original. El libro de Agamben cuestiona dicho material mitológico a partir de una arqueología del Jardín, que delinea el pasaje del Jardín de las delicias en cuanto alegoría de una beatitud terrenal hacia la expulsión del Jardín, que ahora protegido por el querubín con la espada de fuego (Génesis, 3, 24), deviene inhabitable y alegoría de la imposibilidad de la felicidad terrenal, como justificación de la necesidad de la Iglesia. Tal arqueología está entrelazada con la del Reino, en la que resulta determinante el pasaje del Reino mesiánico de los débiles hacia su institucionalización e identificación con la Iglesia, como su anulación en un eterno diferirse. El Jardín y el Reino son tomados por Agamben, según la dialéctica de Benjamin, como elementos de un mismo fenómeno, la naturaleza humana, escindida en su prehistoria y su posthistoria, formando así un campo bipolar en tensión.